Aquel que descubre el Arte, en ese instante,
descubre también el fracaso de la humanidad.
Lágrimas sin sal, lágrimas de un dulce suicidio, cotidiano suicidio.
Abajo, abajo, cuando la muchedumbre habla de lo que arriba se lamenta.
Abajo, en las entrañas mismas del Ser que nos contiene,
Brota sigiloso el aroma a huesos primitivos.
En la Babilonia de los sueños, incansables nos arrastramos hacia el anhelo.
Sabiendo que quizás nunca lleguemos, sabiendo…
En tablas partidas, el rostro cuajado, murmullos insanos al horizonte.
Y es el horizonte quien nos empuja de nuevo hacia la costa.
Maldita costa de pisadas humanas que se dejan ver entre las sombras.
¡Oh!, cómo habremos de ser en la maquinaria funesta que todo lo arrasa.
En el ojo voraz del incrédulo rebaño que todo lo mira.
¡Oh!, hasta ya no poder nuestra carne se retuerce en las grietas de la memoria.
Pero, ¿a donde juega el hombre su traición mas concreta?
¿A dónde se apiada de sí mismo y figura su equipaje de falsa etiqueta?
¡Oh!, Señor de semillas perennes, figura tu rostro en las simientes relegadas.
El crujir olvidado de tus gargantas,
El murmullo incesante de la creación toda.
Y seguimos preguntando, ¿de qué sirve llorar humano?
Pobre humano que escandalizas tu presente.
Presente irreconocible para tu conciencia.
¡Oh!.. Caen lágrimas de dulce sal sobre el océano marchito.-
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