lunes, 26 de octubre de 2009

LXI

Amanece.
¿De qué sirve el lienzo si no puedo ver la sangre que por él circula?
¿De qué sirve la caricatura de mi rostro si de ella no puedo reírme?
Sonrío. Agonizo. Murmuro. Caigo entumecido.
¿De qué sirve el silencio si de él no puedo hallarme?
¡Sí! Reconozco mi latido.
Un puñado de parpadeos temerosos entre oleadas caníbales.
¡Sí! Ese es mi latido.
Un puñado de huellas andariegas en la majestuosidad de las aguas.
La convicción de haber vivido autoriza esa melodía que sigue a la muerte.

Los poetas dicen ser poetas…
Yo soy todos los que quise ser.-

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