miércoles, 2 de diciembre de 2009

Dia 39

¿Cuánto perdemos en la escasez de nuestras palabras al dialogar con el soplo permanente que desciende de los astros moribundos?
Si tan solo murmuramos acerca de lo nuestro, lo nuestro real, lo nuestro encubierto, lo nuestro velado bajo las cobijas de la carne entumecida.
¿Cuánto abarca lo hondo de nuestros gritos reprimidos?
¡Ay! Escupen anhelos los pasos del hombre marginado de si mismo.
Envuelto en sábanas de incertidumbre y desvelo, añorando quietud.
¿Qué sombras abrigan la calcinación del presente?
¿Dónde hallar una sombra que mitigue el ardor de tantas pupilas amenazantes?
¿Qué fue de trepar los árboles y manchar la ropa con moras azules y nísperos amargos?
¿Dónde quedaron aquellos baldíos y sus chozas de barro y cajones de madera?
¿Dónde quedó la ansiedad de salir de casa y buscar a la pequeña amada?
Aquella que apenas nos daba la mano camino al colegio porque la inocencia era un manto sagrado que envolvía nuestras tardes de ocasos inmortales.
¿Dónde fuimos que llegamos a esto?
A una mancha desfigurada en el suburbio desteñido.
La noche me pesa como nunca, pinto azules, marfiles, violáceos, nada me devuelve.
Nada me lleva a todo lo que fui, no me llevo, no me alcanzo en el círculo voraz.
Las escamas me envuelven asfixiando mi piel, apenas el suspiro.
A la distancia, Rocinante lleva en su lomo el horizonte abrasador.
Los molinos, despiertan en la mañana y me hostigan al sudor de mi soledad.
Me envuelvo en la tinta, poca tinta, escasa, aguada, queriendo resistir la sospecha.

Del silencio no queda mucho, apenas tus senos, que me revelan la vía láctea.-