domingo, 24 de junio de 2012

I



He aceptado la esperanza que por grande o pequeña me ha llevado
por caminos ensordecedores y tormentas pavorosas que acobardaron
hasta el bastión más profundo de mi palpitar cotidiano.
Ya no me vibra el corazón.
Subsiste en la marea de incertidumbres cotidianas,
corrales de sospechas enturbiadas en lo hondo del paladar.

Mi aniquilación no es por mi voluntad acobardada.
Es por concebir en mis entrañas el cortejo inexpresable
hacia la genuina humanidad que anida olvidada
en los sombríos escondrijos de cada madrugar.
De nuestro madrugar cobarde, enajenados.

Falso es nuestro caminar en las arenas de la intrascendencia.
Me aniquilo, por justa convicción.